• La Verdad del Sureste |
  • Martes 16 de Abril de 2024

Rápidos y furiosos


Por Uriel Tufiño



@UTufigno

De memoria no recuerdo toda la discografía de Cri-Cri, pero es posible que haya escrito –o al menos pensado- algo sobre el avance agónico de los relojes y su incansable tic-tac que acompasa el deambular de quienes protagonizan el teatro nacional. Imaginen un gran reloj, en este caso de arena, que comienza a ahogar las voces que en los recintos legislativos se oponen a la reforma energética; o un reloj de péndulo en el que cada ida y vuelta representa un golpe al bolsillo de los ciudadanos; y no puede faltar el reloj de ajedrez en el que, a cada jugada del adversario, se acorta el tiempo propio.
    Pero como los relojeros no tienen el mismo ritmo que los ciudadanos, lo mismo les da adelantar o retrasar el tiempo según su conveniencia. Por ejemplo, las decisiones que a nosotros nos pueden parecer fundamentales y que por ello requieren de rapidez, a los señores que controlan los relojes les pueden parecer lo contrario, y viceversa. Para hacer entrega de la riqueza de este país, sobra tiempo y falta velocidad; la máquina, por más aceitada que esté, nunca tendrá la suficiente fuerza para complacer al capital. Siempre habrá algún “pero”.
    De esta forma, no será descabellado que un día no muy lejano un inversionista diga: -sí, me parece justo que en recompensa a la explotación que he hecho me entreguen el territorio, pero sin mexicanos.
    La referencia más inmediata que tengo de una época en la que los procesos legislativos son tan acelerados e incuestionados como hoy, es del salinismo. Zedillo no supo o no se atrevió a usar el ropaje tricolor; Fox fue un caso perdido que dedicó su sexenio a combatir a Andrés Manuel; y para Calderón fue suficiente jugar con la vida y la muerte de quienes llamó “daños colaterales”. Carlos Salinas reformó artículos constitucionales que se consideraban bases fundamentales del Estado mexicano moderno, fruto de nuestra historia. Desoyó a la prudencia que aconsejaba guardar distancia con la Iglesia; se olvidó del campo que pasó de ser tierra fecunda para la alimentación a ser terreno fértil para el narco; y brincó de una economía cerrada a una apertura indiscriminada.
    Con la economía de mercado dispuesta a todo lo que daba, Salinas comenzó la privatización de empresas del Estado, y si bien de algunas podría explicarse su transformación, de otras –prioritarias y estratégicas- debía conservarse la propiedad o al menos el control para no precipitarse al vacío sin paracaídas. Pero no fue así y la famoso riqueza por la derrama de la “fuente de copas” de champagne –importado, supongo-, nunca llegó. Bueno, exagero un poco porque sí llegó para los amigos del gobierno privatizador.
    Fue, digamos, un capitalismo de cuates, por los cuates y para los cuates.    
    Prácticamente todas las grandes riquezas privadas que hoy coexisten con la miseria de millones de mexicanos vienen de esa época privatizadora. Pero no es el único ejemplo que podemos dar de la inoperancia de un Estado bulímico, insaciable en su hambre de poder y dinero, que excreta corrupción y derroche con la misma facilidad con la que engulle la riqueza pública.
    Si la anunciada prosperidad que nos espera a propósito de la reforma energética fuera cierta, los pobladores de Veracruz, Campeche y Tabasco serían los más acaudalados del país debido a la explotación petrolera, por lo que sería común -en esos estados- la circulación de lujosos autos clásicos y deportivos. Y tal vez hasta podrían circular los sábados, porque en la Ciudad de México seguro que no.
    El valle que asombró a Hernán Cortés, en cuyo centro lacustre se encontraba la gran Tenochtitlán, se ha convertido en un laboratorio para los organismos internacionales que gustosos ven la forma en la que la tecnocracia gobernante adopta medidas contradictorias respecto de uno de los hijos consentidos del mundo capitalista: el automóvil.
    Por un lado, se restringe aún más la circulación de autos cuyos propietarios carecen de medios para acceder a modelos más recientes, lo que en realidad castiga la pobreza y la cultura popular sabatina: las reuniones familiares, las bodas, etc. Por otra parte, a partir de 2015 la Ciudad de México será sede del serial de carreras Fórmula 1. ¿Alguien lo entiende?