• La Verdad del Sureste |
  • Viernes 19 de Abril de 2024

LA CORRUPCIÓN: EL FACTOR “C”


EMMANUEL RUIZ SUBIAUR


Una de las consecuencias lógicas del concepto de soberanía nacido en el Renacimiento ha sido precisamente la de homologar a los Estados-nación: ningún Estado es superior a otro, no hay preeminencia, y, por lo tanto tampoco es válido hablar de morales más sólidas o superiores. Pero las diferencias entre Estados y morales son inocultables.
    La “ruta institucionalista” –que teoriza sobre la corrupción- tiene una trampa: la debilidad o fortaleza de las instituciones no es la que explica el fenómeno de la corrupción. La interpretación más común era afirmar que la corrupción tendería a desaparecer conforme los niveles generales de desarrollo se fuesen incrementando. Para ser un país sin problemas de corrupción hay que provocar el desarrollo. Entre antes llegue éste, más rápido desaparecerá la pandemia. Para ser un país limpio, es decir sin problemas de corrupción, hay que ser desarrollado.
    Probado está que ese argumento es falso. No es que sean menos corruptos por ser desarrollados sino a la inversa, son desarrollados por ser menos corruptos. Pero ¿Cómo medir la corrupción? La corrupción se esconde, es velada, permanece en la oscuridad. Hay que hacerlo por una vía indirecta pero no por ella menos confiable: medir la percepción de la gente alrededor del fenómeno de la corrupción.
    “Si queremos mejorarlo, hay que medirlo”. En 1996 apareció el primer Índice de Percepción de Corrupción o IPC, resultando que los países ricos eran menos corruptos que los países pobres pero no los menos corruptos. Los primeros países del tan criticado IPC calificaban como los países más transparentes o menos corruptos a naciones como Finlandia, Islandia, Dinamarca, Nueva Zelanda, Singapur, Suecia, etc. En el fondo de la lista que abarco en el 2003 a poco más de 130 países, aparecen básicamente naciones del continente africano.
    ¿Por qué no aparecían en los primeros lugares las economías más poderosas? (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, etc.). La cuestión cuadraba un poco más con el ingreso per cápita de los ciudadanos pues en ese orden de ideas los primeros lugares los ocupa Suiza, Noruega, Dinamarca, pero de inmediato aparecen las excepciones: Japón, EUA. Es decir ni el tamaño de la economía ni el ingreso de las personas muestran una relación directa con la corrupción.
    ¿Cómo explicar la corrupción? ¿Cómo es posible que el Reino Unido aparezca en undécimo lugar (versión 2003 del IPC) o que Estados Unidos obtenga una calificación de 7.5 en el lugar 18? ¿Cómo explicar que Chile, un país latinoamericano, se situé por arriba de Japón, Francia, España o Italia? ¿Qué hace Italia en el lugar 35, por debajo de Botswana? ¿Dónde queda el país prototipo de altos ingresos, altos niveles educativos y que sin embargo aparece por debajo de Eslovenia o Taiwán?
    En el tema de corrupción se aglutina a los países ricos en el mismo cuadrante de los países menos corruptos indicando que es una correlación entre desarrollo y corrupción. Pero hay demasiadas excepciones en los 2 sentidos: un número considerable de casos de países muy desarrollados en los cuales la corrupción goza de muy buena salud y otras naciones, relativa o francamente pobres, que algo están haciendo bien en su lucha contra la corrupción. No hay que esperar a que el PIB per cápita  se multiplique por cinco o por diez para que los niveles de corrupción disminuyan.
    En primer lugar debía encararse de manera abierta al factor “C” y considerarlo como una variable muy importante en el éxito o fracaso en las políticas de desarrollo. Hay que invertir recursos en la medición del fenómeno para generar conciencia sobre su impacto en el bienestar generalizado de la población.
    Los países fracasan no sin causa alguna. Fracasan como consecuencia de la política económica de sus dirigentes. Son los dirigentes y líderes de cada país quienes determinan la prosperidad o la pobreza de cada nación y de sus pobladores. Así también lo que hay que hacer contra el Factor “C”. Nadie puede obligar a un líder o dirigente a luchar contra la corrupción y mucho menos si él se siente inmerso en ella y es una zona de su confort. No le importará cómo pasará a la historia, le apuesta al olvido de la población.