• La Verdad del Sureste |
  • Miércoles 17 de Abril de 2024

COSAS DE PESO; CONTRA LA OBESIDAD


Julio Barrón de la Mora.


El pasado jueves arrancó oficialmente en Tabasco la Estrategia nacional contra el sobrepeso, la obesidad y la diabetes, la inauguración de los trabajos fue simultánea en todo el país. Se espera que las estrategias estatales adapten los ejes rectores de la estrategia nacional a la realidad particular de cada entidad. Para el caso de Tabasco es todo un desafío. Imagine el esfuerzo que implica tan sólo emparejar la incidencia de diabetes con la media del país cuando aquí es del 79 por ciento y a nivel nacional, de 69 por ciento.
     Para combatir esta, que es la principal causa de muerte entre la población adulta, se precisan medidas concretas. Fue una decepción recibir el anuncio de un programa muy general, vago y por lo demás previsible: pláticas en las escuelas, diagnósticos, tratamientos... Planteada así, la estrategia estatal parece en una larga lista de buenos deseos.
     ¿Qué se necesita? Un plan, el desarrollo de un proyecto en el que se establezcan tareas claras que asuman responsables con nombre y apellidos, responsables que presenten resultados en fechas fijas. Esto que es algo muy familiar para las empresas que se dedican al desarrollo profesional de proyectos, no es algo a lo que los gobiernos estén acostumbrados, ni que los ciudadanos acostumbren exigir. Sin embargo, vamos a darle el beneficio de la duda a los funcionarios del estado y a excusarnos de esta afirmación si ellos se dignan presentar en un diagrama de Gantt los pasos, con responsables y fechas, para cumplir las metas del combate a la obesidad.
     Decíamos que los términos en que se planteó la estrategia son muy vagos. Por ejemplo: se habla de pobreza, pero no de cómo promover la creación de empleos en las comunidades con menor índice de desarrollo; se plantea la falta de acceso a una alimentación balanceada, pero no se responde puntualmente cómo mejorar este aspecto. Lo mismo sucede cuando se acusa el sedentarismo del estilo de vida moderno.
     Tenemos a la vista el espectáculo de una burocracia obesa en un estado obeso que llama con vehemencia a su población a bajar de talla. ¿Por qué no predicar con el ejemplo? Tal vez sea demasiado pedirle a los funcionarios que dejen de consumir refresco, sin embargo, la administración pública podría empezar a actuar si tuviera un poco de sentido común.
     Se podría empezar con acciones sencillas y concretas, como quitar las máquinas de refrescos y comida chatarra de los hospitales a donde van los tabasqueños a morir de diabetes, o de las escuelas en donde los niños pasan tantas horas. ¿Sería muy complicado? Tal vez sí, por los intereses que se tocaría. Hay quien vive de esas ventas, además de las señoras de las tienditas, pero ¿no es precisamente en esos sensibles espacios de la vida pública donde más debe combatirse el consumo de estos alimentos, donde con más cuidado habría que garantizar el acceso a comida nutritiva?
     Si el buen juez por su casa empieza, es deseable estimular la venta de menús avalados por nutriólogos en las oficinas de la administración pública; bien sabido es que el gobierno es el mayor empleador en el estado, y que no se caracteriza precisamente por ofrecer a sus trabajadores un ambiente en el que se encuentre cerca comida saludable. Antes bien, son reconocidos puntos de tráfico y distribución de garnachas. Nos preguntamos aquí si es mucho pedir que los trabajadores del estado tengan acceso a comida sana desde sus centros laborales.
     Mientras en Francia se premia a los trabajadores que llegan en bici a la oficina y en Dubai el gobierno paga a sus ciudadanos cada gramo de peso bajado con un gramo de oro, aquí recordamos cuán dolorosamente lejos estamos todavía del primer mundo. ¿Valdría la pena inaugurar un estímulo a los servidores públicos que alcancen su peso ideal en este año?
     Fuera de casa, la presente administración haría bien en incentivar la apertura de gimnasios, la realización de talleres prácticos de cocina saludable para las amas de casa, cursos permanentes de nutrición en las universidades y bachilleratos, pláticas en escuelas y hospitales con personas reales que hayan tenido éxito en la disminución de peso.
     No es muy convincente escuchar a una trabajadora social hablar de calorías y raciones cuando ella misma está 10 o 15 kilos por encima de su talla. Y que conste que esto no es discriminación, sino mera coherencia entre el medio y el mensaje. De la misma manera, causa un poco de pena ajena ver y oír a los funcionarios que lanzan con bombo y platillo la estrategia estatal contra la obesidad cuando no pueden disimular la barriga frente a la cámara.
 Lo más preocupante no es el aspecto estético. Por cuanto a la salud se refiere, algunos podrán defender su derecho a morir obesos con tal de no privarse del placer de comer. Y esa ardiente defensa de la libertad estaría muy bien, sino fuera por el pequeño detalle de que cada vez le cuesta más al erario público atender las enfermedades derivadas de este exceso.