• La Verdad del Sureste |
  • Jueves 25 de Abril de 2024

La importancia del mercado interno ante las amenazas de Donald Trump


Abel Pérez Zamorano


Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics,

 miembro del Sistema Nacional de Investigadores
 y profesor-investigador en la División de Ciencias 
Económico-administrativas de la Universidad Autónoma Chapingo.

Podrá objetarse que desarrollar el mercado interno y darle más peso como factor de crecimiento económico no es fácil, y así es. Pero la necesidad obliga, por razones humanas, pues debe atenderse las necesidades de toda la población, hoy sumida mayoritariamente en la marginación, y también por necesidades económicas y más específicamente comerciales. Y para lograrlo deben cubrirse algunas condiciones ineludibles. Primera, del lado de la oferta, fortalecer la productividad y la competitividad, para que los consumidores encuentren productos mexicanos baratos y de buena calidad, y que su demanda dinamice la producción local. De lo contrario, aunque caras, encontrarán más atractivas las mercancías extranjeras. Segunda, desde la demanda, aumentar el ingreso de las familias de los sectores más pobres, y revertir la acelerada tendencia al empobrecimiento: según INEGI, dos millones de personas de clase media cayeron en pobreza entre 2012 y 2014, un millón cada año. Y es claro que entre más se extienda y ahonde la pobreza, más se reduce la demanda agregada; así pues, no basta producir más si no hay consumidores solventes, capaces de comprar; por tal razón es ineludible la necesidad de una política redistributiva, generando más empleos, elevando salarios y aplicando un esquema fiscal progresivo donde paguen más quienes más ganan, y donde se oriente el gasto público principalmente en pro de los sectores más débiles. Y en estos puntos radica la dificultad mayor, mas no insalvable.
    La Organización Internacional del Trabajo (OIT), dependencia de la ONU, en su Informe mundial sobre salarios, 2014-2015, refiriéndose a las llamadas Economías emergentes y en desarrollo más grandes, muestra la evolución de los salarios en los años 2012 y 2013; el mínimo real creció así: en Ucrania 14.4 y 8.2, respectivamente; en China, 9 y 7.3 por ciento; Rusia 8.5 y 5.4; Brasil 4.1 y 1.8; en México, el salario real se redujo en 0.5 y 0.6 por ciento en esos años, a pesar de que la propia OIT admite que la productividad ha crecido a mayor velocidad que el salario, refutando así las usuales e interesadas objeciones al aumento de este; es decir, hay de dónde incrementarlo. Y es que en México el salario mínimo ha sido tremendamente castigado, como parte del modelo económico y su estrategia de competitividad. Un estudio de la UNAM (Escuela Nacional de Estudios Superiores), indica que: “En 25 años, el poder adquisitivo del salario perdió 76.3 por ciento […] Entre 2010 y 2011, el porcentaje de los asalariados que perciben hasta tres mínimos pasó de 57.6 a 66.4 del total de personas asalariadas […] En tres décadas, con un salario mínimo se dejaron de adquirir 45.7 menos kilogramos de tortilla que entonces con la misma percepción; 243.3 menos piezas de pan; 5.6 kilogramos menos de huevo y 9.5 menos kilogramos de frijol: CAM de la Facultad de Economía […] En el año 2010, según el documento, el 49 por ciento de la población ocupada se encontraba dentro del rango de entre cero y dos salarios mínimos diarios” (UNAM-ENES). Debe revertirse esta tendencia para consolidar nuestro mercado interno y dar a la población mayor capacidad de compra.
    Una tercera condición es elevar el ahorro interno y la reinversión de utilidades, que son muy bajos y aumentan la dependencia de la inversión externa, como se vio desde la privatización de la banca, que al final ha quedado en 83 por ciento bajo control de inversionistas extranjeros. Nuestro ahorro bruto, como porcentaje del PIB, es bajo: el promedio mundial es de 25 por ciento y México tiene el 22, inferior también a economías emergentes como India (32) y China (49). Los empresarios reinvierten una proporción baja de sus utilidades, convirtiéndonos así en dependientes de la inversión extranjera, directa o de cartera. Obviamente, para que haya ahorro e inversión – volvemos a lo anterior – debe elevarse el ingreso de las familias, pues actualmente, por elemental sobrevivencia casi todo se destina al consumo. Indispensables también para activar la economía serían los enormes recursos sustraídos a la nación y guardados por los empresarios en los paraísos fiscales, según estimaciones de especialistas, 417 mil millones de dólares, 2.2 veces las reservas del Banco de México (Tax Justice Network, ONG, Londres); con esta cifra sería factible financiar grandes inversiones productivas, para educación, tecnología e infraestructura. La presencia preponderante de inversión extranjera, reforzada en los últimos tiempos, pone a nuestro sistema empresarial en manos de capitales foráneos, que obviamente repatriarán sus utilidades. Podría aducirse que fortalecer el mercado interno es una utopía, que estamos condenados a ser apéndices de la economía norteamericana; sin embargo, la experiencia de otros países rechaza tal afirmación. China es un caso paradigmático, y vale la pena aprender de él en todo lo que tenga de aplicable a nuestra circunstancia. China mantiene tasas de crecimiento entre las más elevadas del mundo, superiores al 7 por ciento, salvo el año pasado, y aunque es potencia comercial, depende fundamentalmente de su mercado interno, en un 78 por ciento; es decir, solo 22 por ciento va a las exportaciones (Banco Mundial). Ha sabido fortalecer su mercado interno elevando salarios y sacando de la pobreza a grandes sectores de población: allá no aumenta el número de pobres, se reduce. “China por sí sola experimentó la mayor caída en los niveles de pobreza extrema en los últimos 30 años. Entre 1981 y 2011, 753 millones de personas lograron superar el umbral de US$1,90 al día” (Banco Mundial, 7 de octubre de 2015). De esa forma el gigante asiático es un excelente productor de mercancías, pero también generador de consumidores de las mismas.
    Así pues, estos son los retos de México frente a la embestida proteccionista de Donald Trump, pero entre las adversidades viene también, paradójicamente, la posibilidad de reactivar nuestra economía, pero ahora sobre otras bases: más que a las exportaciones, orientada fundamentalmente a atender las necesidades de la población mexicana; se abre un escenario donde parece posible encausar la producción principalmente a cubrir las carencias de los más débiles, obviamente, atendiendo a la par la búsqueda de nuevos mercados en nuestra región y con las naciones dispuestas a tratar con nosotros en términos de igualdad y respeto. Naturalmente, para lograr estos cambios, que no son opcionales, sino impuestos por la dura realidad, se requiere en primerísimo lugar de la voluntad del gobierno; mas no basta: hace falta el respaldo del pueblo a medidas nacionalistas y populares que por fin le beneficien a él. Ambas condiciones son también imprescindibles para que el gobierno mexicano sea capaz de responder con la debida dignidad y energía a las acciones del norteamericano, adoptando igualmente las correspondientes medidas de tipo diplomático y comercial.