• La Verdad del Sureste |
  • Jueves 28 de Marzo de 2024

Ni aplausos ni medallas


Por Uriel Tufiño


@UTufigno

Aunque no me consta que la costumbre ya no exista del todo, hubo una época en la que lo usual era que en las escuelas de nivel preescolar se premiara –o se castigara- el trabajo diario de los niños colocándoles una estrella en la frente: dorada, si habían tenido un notable desempeño; plateada, si habían trabajado bien; y negra, si no habían hecho las actividades o si su conducta debía señalarse como si hubieran cometido el peor de los pecados. Al menos así funcionaba en el jardín de niños en el que estuve en el año previo a entrar a primaria. En dicha escuela –de religiosas- lo peor era ser marcado con la estrella negra.
    No recuerdo exactamente la causa, pero yo fui uno de los primeros que salió de la escuela con una estrella negra en la frente.     
    Pero, a diferencia de otros que salían llorando, a mí me pareció divertido y hasta motivo de cierto orgullo; siendo una escuela religiosa es muy probable que el moderno sambenito me lo haya ganado por algún acto de rebeldía en contra de las esforzadas maestras.
    Es más, si a esa edad yo hubiera sabido quién era el Ché Guevara, gustosamente yo hubiera recibido la estrella como un trofeo, pero en color rojo.     
    Afortunadamente, dicha práctica discriminatoria se ha eliminado de la mayoría de las escuelas.
    Pero una cosa es la discriminación hacia los menores y otra es la legítima exigencia que los ciudadanos podemos y debemos hacer hacia quienes ocupan un cargo público, no solamente porque son nuestros empleados, sino porque nos asiste la razón constitucional. Veamos: por un lado, el artículo 39 dispone que “todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste”; por otra parte, cuando asumen su cargo, los servidores prestan juramento para “guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos”. ¿Hay alguna duda de que la Constitución nos permite exigir cuentas?
    Dicen los defensores del régimen y del sistema de partidos mayoritarios –hoy convertidos en el misterio de la “santísima trinidad”- que sí pero no; que la realidad es que nuestro sistema es representativo y que por ello decidimos entregar nuestra voz, nuestra conciencia y hasta nuestra alma a los tres grandes partidos, por lo que debemos aceptar sumisamente sus dictados, no importa si son benéficos o no para nosotros, porque para eso se les dio el mandato en la urna. Pero entonces, con el mismo argumento, si un cónyuge es maltratado por el otro, ¿aquél ya no puede hacer nada porque voluntariamente aceptó a su cónyuge al momento de firmar el acta de matrimonio? Caray, para eso existe el divorcio.  
    Peña Nieto se niega a aceptar lo que las encuestas revelan: que su gestión es la peor en muchos años; que la economía de las familias no ve el fin de la crisis que se inició hace varios lustros; que la corrupción es percibida como una moderna Hidra de Lerna a la que le crecen dos cabezas por cada una que le es cortada; que la inseguridad no es un problema de percepción, sino un problema real en el que los crímenes de alto impacto –secuestro y homicidio- no descienden, por el contrario, van en aumento. Y todavía tiene el cinismo de declarar que “no trabaja para colgarse medallas”, claro que no, es más, no trabaja.
    Pero qué contradictorio es el ocupante de Los Pinos: hace algunas semanas reclamaba en voz baja que ni sus colaboradores le daban el aplauso que él cree merecer, y hoy afirma que no trabaja por las medallas. ¿Por fin? Supongo entonces que padece una especie de esquizofrenia política que no le permite tener una percepción clara de la realidad o que su mundo de ensueño, salido de las páginas de alguna revista de telenovelas, no es compatible con los retos que enfrentamos como sociedad.
    Y si la realidad cercana de cada uno de nosotros va en caída libre, los aspectos que nos afectan en conjunto, como la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa y silenciar a una voz crítica en la radio, son evidencias claras de que el viejo dinosaurio -el gran depredador- está de regreso.