• La Verdad del Sureste |
  • Jueves 25 de Abril de 2024

Perdón de cocodrilo


Por Uriel Tufiño


@UTufigno

 

¿Quién que lo haya visto no lo recuerda? Primero de septiembre de 1982. José López Portillo rendía su último informe de gobierno “ante la presencia física de 2,000 mexicanos en el recinto legislativo y la de millones que lo vieron y escucharon mediante todos los medios de comunicación” (según crónica de El Universal). Ahí, en ese espacio y ante dicha audiencia, “el último presidente de la revolución” -como él mismo se autonombró- decretó la “nacionalización” de la banca porque “es ahora o nunca. Ya nos saquearon. México no se ha acabado. No nos volverán a saquear”. Entre los asistentes hubo miradas de asombro y aplausos que iban de lo tibio a lo entusiasta por devoción. Destacó el gesto descompuesto de Miguel de la Madrid. Algunos otros decidieron abandonar el lugar inmediatamente.

    López Portillo, un orador nato, había centrado su discurso en las dificultades por las que atravesaba la economía de nuestro país –un par de semanas antes había suspendido el pago de la deuda externa- y la de millones de mexicanos. Pero también, “en varias ocasiones, llevado por la pasión que imprimía a sus palabras, le falló la voz, hizo incluso pausas, se emocionó a un grado tal que la emotividad de sus gestos, expresiones y palabras, contagió a todos los presentes en el recinto del Congreso” (El Universal). Y pidió perdón. 
    Pidió perdón “a los desposeídos y marginados, a los que hace seis años les pedí un perdón que he venido arrastrando como responsabilidad personal” porque “soy el responsable del timón pero no de la tormenta”. Y derramó algunas lágrimas, como las falsas lágrimas que la creencia popular afirma que se observan en los cocodrilos cuando devoran a su presa.
    34 años después, en un acto precedido por la renuncia de Virgilio Andrade al cargo para el cual lo había comisionado Enrique Peña para investigarlo, éste decidió que era el momento para reeditar la actuación de López Portillo, aunque ni en oratoria ni en histrionismo lo superó (lo que, por otra parte, demostraría que Sasha Montenegro era mejor actriz que Angélica Rivera).   “En noviembre de 2014 la información difundida sobre la llamada Casa Blanca causó gran indignación. Este asunto me reafirmó que los servidores públicos, además de ser responsables de actuar sobre derecho y con total integridad, también somos responsables de la percepción que generamos… y en esto reconozco que cometí un error… Por eso, con toda humildad les pido perdón”.
    Ah, qué caray con don Enrique, quién lo entiende. Si para él todo es un problema de “percepción” a pesar de haber actuado “conforme a la ley”, ¿entonces para qué pide –u ofrece- perdón? ¿Entonces para qué molestó a su angelical esposa para que ella diera la cara ante las cámaras de televisión y exhibiera la generosidad con la que Televisa recompensa a sus talentosos empleados?   
    Con sus palabras, Peña confirma que no ve nada malo en haber adquirido una propiedad de manos de quien fue su contratista favorito cuando fue gobernador del estado de México, y tampoco ve ninguna irregularidad –como tampoco la vio Virgilio Andrade- en haber omitido esa adquisición en su declaración patrimonial, no obstante que es una obligación de ley. Y seguramente tampoco ha visto que México es el país peor calificado en materia de corrupción dentro de los 34 que conforman la OCDE. ¿También es “percepción”?
    Como seguramente también es un problema de percepción toda la fortuna acumulada por su tío –y promotor- Arturo Montiel, quien es un ejemplo de esfuerzo y dedicación ya que, según cuenta él, comenzó a trabajar en su época de estudiante en el primer negocio automatizado de lavado de autos que existió en la Ciudad de México.   
    Para Peña debe ser una mala percepción que los políticos se enriquezcan al estilo de Carlos Hank González, quien pasó de ser un humilde profesor a un acaudalado empresario. Y también debe ser mala percepción que la familia se beneficie con puestos en la administración pública, como sus primos Alfredo del Mazo Maza, Carolina Monroy del Mazo y su esposo Ernesto Nemer, o que sus primas Angélica Monroy y Rocío Peña sean notarias públicas en el estado de México por designio del gobernador.
    Pero que cree, señor Peña, dudo que haya un ciudadano consciente que perdone sus mentiras.