• La Verdad del Sureste |
  • Miércoles 24 de Abril de 2024

El profesional


Por Uriel Tufiño


@UTufigno

Si no la han visto o si la vieron anteriormente, “El profesional” es una película que merece ser vista con los ojos del tiempo por varias razones. Para empezar, el director Luc Besson nunca se propuso que dicho filme fuera una pieza central y mucho menos imaginó que se volvería una película de culto pues había sido realizada en sólo 3 meses durante una pausa mientras trabajaba en otro proyecto.

En “El profesional” actúan dos actores ya consagrados, Jean Reno y Gary Oldman, pero marca el debut cinematográfico de Natalie Portman, quien apenas entraba a la adolescencia y cuyo papel era considerado demasiado “fuerte” para los espectadores norteamericanos, por lo que algunas escenas fueron suprimidas o modificadas para su proyección en nuestro vecino país.

Sin contarles la trama central ni el desenlace, sólo les comento que, entre cierta parte de tragedia y cierta parte de comedia -como ocurre en varias películas donde actúa Reno- vemos cómo los representantes de la ley se vuelven antitéticos de los valores que dicen defender, lo que garantiza la impunidad de los crímenes que dicen perseguir.

De acuerdo a diversas fuentes, entre 2000 y 2016 han sido asesinados 119 periodistas. Antes de que usen la calculadora, amigos lectores, permítanme decirles que sacar promedios va a distorsionar la gravedad del problema pues la cifra ha ido en aumento con el paso de los sexenios.

Si en los primeros años del gobierno de Fox la cifra oscilaba sobre los cuatro periodistas asesinados por años, durante el gobierno de Calderón el promedio subió a nueve por año, hasta llegar once en 2016. Y para lo que va de este año, siete periodistas se han sumado a la lista fatal. Los más recientes son Javier Valdez, en Sinaloa, y Jonathan Rodríguez, en Jalisco.

Veamos la cifra desde otra óptica: en lo que va del actual sexenio, 36 periodistas han sido asesinados, una cifra alarmante que ya ha merecido la intervención de los relatores especiales para la libertad de expresión tanto de la Organización de las Naciones como de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

De acuerdo con “Reporteros sin fronteras”, México es el tercer país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo (sólo nos superan Siria y Afganistán), y el más peligroso de Latinoamérica (no es Venezuela, no es Bolivia ni ningún país alejado del dios de las libertades occidentales).

¿En qué momento o bajo qué circunstancias México llegó al medallero de los países más peligrosos para ejercer el periodismo? Esta una pregunta desconcertante si nos apegamos a los discursos oficiales y la visión de Estado que tienen desde el poder.

El lugar común es atribuir los asesinatos de periodistas al crimen organizado, aunque los encargados de las investigaciones nunca dejan de insinuar la intervención de criminales comunes o que las muertes son producto de ciertas “ligerezas” de la vida personal de los fallecidos.

En una sociedad tan descompuesta como la nuestra, en la que el regreso del partido que “sí sabe cómo hacerlo” se convirtió en la imagen de la serpiente que se devora a sí misma, la fragilidad del ejercicio de la libertad de expresión es la demostración de que México no vive en democracia.

El asesinato de periodistas constituye el último eslabón –el más indeseable- de los atentados a la libertad de expresión, pero antes de llegar a este punto siempre existen las amenazas previas, los hostigamientos, la censura e incluso la aniquilación de medios que muestran posturas alternativas a las verdades oficiales.

Se estima que más del cincuenta por ciento de las agresiones que sufren los periodistas provienen de los poderes políticos, por lo que los 27 minutos de discursos oficiales expresados en Los Pinos -ante todos los mandatarios locales- a manera de respuesta por los reclamos detonados por el asesinato de Javier Valdez, seguramente son mera retórica.

Los hombres de trajes finos, bien cortados, con corbatas de seda anudadas a impecables cuellos blancos, que llegaron a sus cargos por el voto popular, tuvieron que apretar las quijadas cuando los comunicadores presentes “desobedecieron” la petición de Enrique Peña: guardar un minuto de silencio por los periodistas asesinados.

En lugar de callar, los profesionales de la pluma clamaron ¡justicia! ante quienes son cómplices de la impunidad que cubre los asesinatos.